En muchos aspectos de la vida del país, el cine
incluido, 1968 representa un año clave para entender nuestra realidad actual.
La efervescencia política que México experimentó a finales de los sesentas fue
reflejo de los acelerados cambios que se presentaron en el mundo, al mismo
tiempo que la manifestación de una gran inconformidad con el sistema político
en el poder desde la revolución.
Al
asumir la presidencia en 1970, Luis Echeverría se enfrentó a un país
completamente transformado en cuanto a sus expectativas de crecimiento. Una
crisis profunda, en todos los niveles de la sociedad, comenzó a manifestarse
abiertamente.
Un
rasgo importante de la política de Echeverría fue la importancia concedida a
los medios masivos de comunicación. Por primera vez en la historia política
mexicana, el gobierno utilizó de manera sistemática al cine, la radio y la
televisión como canales formales de comunicación nacional e internacional.
En
1972, a través de la paraestatal Somex, el gobierno mexicano adquirió el canal
13 de televisión. La radio también fue utilizada por el gobierno, mediante la
compra de varias estaciones de radio. El cine experimentó una virtual
estatización, algo único en un país no socialista (García Riera, 1986: 295).
La
estatización del cine fue resultado de una cadena de circunstancias. El Banco
Nacional Cinematográfico, fundado en 1942, recibió una inversión de mil
millones de pesos con el objeto de modernizar el aparato técnico y
administrativo del cine nacional. Esto dio paso, en 1975 a la creación de tres
compañías productoras de cine, propiedad del Estado: Conacine, Conacite I y
Conacite II.
Otras
acciones del gobierno de Echeverría, encaminadas a mejorar la producción
cinematográfica, fueron: la reconstitución de la Academia Mexicana de Artes y
Ciencias Cinematográficas y de la entrega del Ariel, en 1972; la inauguración
de la Cineteca Nacional, en 1974; y la creación del Centro de Capacitación
Cinematográfica (CCC), en 1975.
El
cine mexicano producido de 1970 a 1976 es considerado, por muchos estudiosos de
nuestra cinematografía, como uno de los mejores que se hayan hecho en nuestro
país. Al respecto, Emilio García Riera señala:
"Nunca antes habían accedido tantos y tan bien
preparados directores a la industria del cine, ni se había disfrutado de mayor
libertad en la realización de un cine con ideas avanzadas." (García Riera,
1986: 285).
En
general, el cine del sexenio de Echeverría puede considerarse como un cine
crítico, incisivo, a veces demasiado preocupado por temas sociales y políticos.
Por primera vez en la historia de nuestra cinematografía, la realidad social de
la clase media se vio retratada en la pantalla. El cine de los setentas
abandonó los antiguos clichés y se abocó a combinar la calidad con el éxito comercial.
El
público mexicano respondió favorablemente a filmes como El castillo de la pureza (1972) de Arturo
Ripstein, Canoa (1975) de Felipe Cazals, o La pasión según Berenice
(1975) de Jaime Humberto Hermosillo. Se demostraba con ello que en México
se podía hacer un cine maduro, que además tuviera éxito en taquilla.
Aparte
de los ya mencionados Ripstein, Cazals y Hermosillo, otros directores
importantes de esta época fueron: José Estrada, Jorge Fons, Marcela Fernández
Violante, Juan Manuel Torres y Gonzalo Martínez. Entre los filmes, destacaron: El apando (1975) y Las Poquianchis (1976),
ambas de Felipe Cazals; Los albañiles (1976) de Jorge Fons; El rincón
de las vírgenes (1972) de Alberto Isaac y Actas de Marusia (1975)
del chileno Miguel Littín.
Bibliografía:
La dinámica de la comunicación masiva, Dominick Joseph R., Editorial, Mc Graw
Hill, octava edición.
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