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lunes, 30 de abril de 2012

El cine japonés


La Historia del cine en Japón se inició con los trabajos de varios pioneros, como Koyo Komada, a finales del siglo XIX. En apenas cuatro años la producción ya es muy alta, lo que lleva emparejado la multiplicación de empresas y Estudios cinematográficos, que en buena parte serán arrasados en el terremoto de 1923. La industria no se desalienta ante esta catástrofe, e inmediatamente recompone su infraestructura, continuando con una producción tan intensa que llegó a superar los 700 filmes al año en el segundo lustro de los años veinte.


Fueron años en los que dieron sus primeros pasos directores como Teinosuke Kinugasa, Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu y Heinosuke Gosho, entre otros, quienes dirigieron las primeras películas totalmente sonoras a lo largo de los años treinta (hasta 1937 todavía se produjeron películas mudas). La industria japonesa, sin embargo, dependerá durante unos años del equipamiento y película virgen llegados del exterior. Su producción se centró en las películas de época, feudales, -los"jidaigeki"-, que durante épocas convivieron con el cine que mira a las clases más populares, la vida contemporánea, —los "gendaigeki"-, sobre una trama melodramática, y con el "shomingeki", una estructura temática basada en temas de la vida familiar y del individuo, la clase media baja, desarrollados a caballo de la comedia y el drama. Todos los directores evolucionaron durante los treinta y cuarenta sobre estos tres modelos temáticos, abriendo nuevas puertas a otros subgéneros que facilitaron la riqueza de un cine en buena medida de autoconsumo, que sólo conseguirá darse a conocer en Occidente a partir de los años cincuenta.


Los principales festivales internacionales de cine (Cannes, Venecia) abrieron las puertas al cine japonés concediendo importantes premios a películas como Rashomon (1950), de Akira Kurosawa —Oscar a la mejor películas extranjera-, Cuentos de la luna pálida de agosto (1953) y El intendente Sansho (1954), de Kenji Mizoguchi, y La puerta del infierno (1953), de Teinosuke Kinugasa —también Oscar a la mejor película extranjera-. Se descubrió en estas películas que su estructura narrativa estaba muy evolucionada y que tenía muchos puntos de contacto con todo lo desarrollado en Occidente. Son películas de época, históricas, feudales que sorprenden en todo el mundo y obligan a una revisión del cine anterior, circunstancia que se produce en diversas Filmotecas y ciclos culturales. También descubren el buen hacer de actores como Toshiro Mifune, Chishu Ryu, Kinuyo Tanaka, Machico Kyo, Kazuo Hasegawa, Hideko Takamine, Masayuki Mori e Isuzu Yamada, Takashi Simura, Tatsuya Nakadai, entre otros.

Quien logró asentarse en las salas occidentales con regularidad fue Akira Kurosawa, que sorprendió a lo largo de su carrera con títulos excepcionales como Vivir (1953), Los siete samuráis (1954), El mercenario (1961), Dersu Uzala (1975), Kagemusha (1980) y Ran (1985), en los que profundiza, desde perspectivas diversas y momentos históricos diferentes, en el hombre y su relación con los demás. Con buen pulso narrativo irrumpe también en escena Kon Ichikawa con El arpa birmana (1956), un soberbio trabajo sobre el horror de la guerra que fue premiado en el Festival de Venecia.
 

Años después llegarán de forma aislada películas que continúan llamando la atención por la crudeza de ciertas historias y la reflexión continuada de los directores sobre temas arraigados en la tradición japonesa, como las de. Nagisha Oshima, que muestra el lado trágico del sexo en El imperio de los sentidos (1976), y la obra de Shoei Imamura quien, con La balada de Narayama (1983), se adentra en el mundo de los sentimientos, en la realidad cotidiana de los habitantes de un pueblo que conviven en el más arraigado primitivismo. El mundo del cómic, tan importante en Japón, continuó con su proyección internacional con Akira (1989), del maestro del manga Katsuhiro Otomo, quien participaría también en Metrópolis (2002), del animador Shigeyuki Hayashi (Rintaro).
 
Bibliografía: La dinámica de la comunicación masiva, Dominick Joseph R., Editorial, Mc Graw Hill, octava edición.

miércoles, 25 de abril de 2012

Cine Latinoamericano


Las circunstancias sociales, económicas y políticas marcaron con los años su progreso cinematográfico, en el que tanto tuvieron que ver los promotores españoles, franceses e italianos como la presencia de las películas estadounidenses en sus pantallas. Muy pronto el mercado de cada uno de los países comenzó a estar controlado por el cine de Hollywood. No obstante, esta situación no impidió que en diversas épocas floreciesen aportaciones que mostraron la singularidad de la producción latinoamericana, que se apoyaría a lo largo del tiempo y en gran medida en la coproducción entre países de habla hispana.

Quizás esta situación es la que provocó que en la producción de las primeras películas habladas en español, Hollywood contratara a numerosos profesionales (Ramón Novarro, Lupe Vélez, Dolores del Río, Antonio Moreno, José Mojica, Carlos Gardel, entre otros) con el fin de que realizaran e interpretaran las versiones destinadas a dichos países. Esto no impidió que entre 1929 y 1931 se produjeran las primeras películas sonoras en México, Brasil o Argentina; en otros países, las primeras producciones sonoras locales se darán a conocer más tarde (1932-50).

Durante la década de los cuarenta es el cine mexicano el que alcanza una mayor notoriedad internacional gracias a las películas de Emilio Fernández "El Indio" (y la colaboración en la fotografía de Gabriel Figueroa) y la presencia de notorias estrellas como Dolores del Río y Pedro Armendáriz (Flor silvestre y María Candelaria, 1943), y María Félix (Enamorada,1946; Río escondido, 1948). También se encuentran las obras de Fernando de Fuentes (El compadre Mendoza, 1933; Allá en el Rancho Grande, 1936; Jalisco canta en Sevilla, 1948, ésta con Jorge Negrete y Carmen Sevilla -primera coproducción hispano-mexicana tras la llega al poder en España de Francisco Franco), y otras de Alejandro Galindo, Julio Bracho y Roberto Gavaldón. 



Son años en los que despunta el actor Mario Moreno "Cantinflas" quien, con su verborrea, se encargará de consolidar su popularidad nacional e internacional y arrasar en taquilla durante unos años con películas como Ahí está el detalle (1940), de Juan Bustillo Oro, y la numerosas películas que dirigió Miguel M. Delgado (El gendarme desconocido, 1941; Sube y baja, 1958; El padrecito, 1964). Y también es notoria la presencia de los españoles Luis Buñuel, director de películas como Abismos de pasión (1953) y Los olvidados (1950) , entre otras, y Carlos Velo, quien dirigió un excelente documental, Torero (1956), y Pedro Páramo (1966). A partir de los setenta, su director más internacional será Arturo Ripstein (Cadena perpetua, 1978; Principio y fin, 1992; La reina de la noche, 1994), premiado en diversos festivales internacionales.

El cine argentino se sostiene con dificultad sobre las películas de Lucas Demare (La guerra gaucha, 1942), Luis Cesar Amadori (Santa Cándida, 1945), Hugo Fregonese (Donde las palabras mueren, 1946) y actrices como Libertad Lamarque, sin olvidar la extensa filmografía de Leopoldo Torres Ríos (Adiós Buenos Aires, 1937; 1942; el crimen de Oribe, 1950) y la aportación de su hijo Leopoldo Torre-Nilsson (La casa del ángel, 1956; Los siete locos, 1973). También circula por ciertos circuitos el trabajo de Fernando Birri (Los inundados, 1961). En las décadas siguientes serán directores como Héctor Olivera con La Patagonia rebelde (1974) o No habrá más penas ni olvido (1983), Adolfo Aristarain (Tiempo de revancha, 1981), Eliseo Subiela (Hombre mirando al sudeste, 1986), Fabián Bielinsky (Nueve reinas, 2001) y Juan José Campanella (El hijo de la novia, 2001) los que proyecten la creación argentina hacia el exterior.

El cine brasileño tiene un punto de partida singular en Límite (1929), de Mário Peixoto, sugerente y marcada por las vanguardias europeas de los veinte. Pero también cuenta con la importante película Ganga bruta (1933), de Humberto Mauro, y O Cangaçeiro (1953), de Lima Barreto, referentes ineludibles para los jóvenes de los sesenta, que tendrán en Glauber Rocha al máximo exponente internacional. Durante varias décadas será Nelson Pereira dos Santos quien dirija algunos de las historias socialmente más interesantes (Río, quarenta graus, 1955; Vidas secas, 1963).

La Revolución Cubana definió la trayectoria de diversas cinematografías latinoamericanas. En su país destacaron, además de un extenso elenco de documentalistas, Tomás Gutiérrez Alea (Memorias del subdesarrollo, 1968; Fresa y chocolate, 1993), Humberto Solás (Lucía, 1968; Cecilia, 1981) y Manuel Octavio Gómez (La primera carga al machete,1969). En el cine chileno sorprendieron las películas de Raúl Ruiz (Tres tristes tigres, 1968), realizará la mayor parte de su obra en Europa, de Miguel Litín (El chacal de Nahueltoro, 1969; Actas de Marusia, 1976) y Helvio Soto (Voto más fusil, 1971). El cine peruano tiene en Francisco Lombardi su máximo representante desde 1977, con películas polémicas como Muerte al amanecer (1977) y Muerte de un magnate (1980), por basarse en hechos reales, varias adaptaciones literarias de desigual acierto (La ciudad y los perros, 1985) además de dirigir proyector internacionales como No se lo digas a nadie (1998). El cine venezolano está representado por Roman Chalbaud con El pez que fuma (1977) y La oveja negra (1987); el cine boliviano por Jorge Sanjinés con El coraje del pueblo (1971); y el cine colombiano por Sergio Cabrera con películas como Técnicas de duelo (1988) y La estrategia del caracol (1994) y Víctor Gaviria con La vendedora de rosas (1998).

Bibliografía: La dinámica de la comunicación masiva, Dominick Joseph R., Editorial, Mc Graw Hill, octava edición.

lunes, 23 de abril de 2012

Cine estadounidense de los 40 y 50


La década de los cuarenta se inicia con una auténtica bomba creativa: la película Ciudadano Kane (1940), dirigida por un recién llegado llamado Orson Welles, que rompió muchos esquemas desde el punto de vista visual y narrativo, y en la que tuvo un gran protagonismo el director de fotografía Gregg Toland.

Estos años estuvieron marcados por la producción de películas de "cine negro", con excepcionales aportaciones en obras como El halcón maltés (1941), de John Huston, con Humphrey Bogart; Casablanca (1942), de Michael Curtiz, con una pareja protagonista inolvidable: Ingrid Bergman y Bogart; Laura (1944), de Otto Preminger, con Gene Tierney y Dana Andrews; y Gilda (1946), de Charles Vidor, con Rita Hayworth y Glenn Ford. Fueron años de gran variedad temática y de excepcionales interpretaciones. Se puede hablar de Charles Chaplin (El gran dictador, 1940), de John Ford (Las uvas de la ira, 1940, con Henry Fonda), de William Wyler (La carta, 1940; La loba, 1941
; las dos interpretadas por Bette Davis) y de George Cukor (La costilla de Adán, 1949, con una pareja sorprendente: Spencer Tracy y Katharine Hepburn).



Además encontraron un hueco en la programación aquellas historias más humanas y evangelizadoras como Siguiendo mi camino (1944), de Leo McCarey, con Bing Crosby, los musicales como Escuela de sirenas (1944), de George Sydney, con la famosa Esther Williams, westerns como Duelo al sol (1946), de King Vidor, con Gregory Peck y Jennifer Jones, Pasión de los fuertes (1946), de John Ford, con Henry Fonda, Linda Darnell,

No obstante, el cine estadounidense de los cuarenta se vio delimitado en su producción por la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial, que impulsó el cine de propaganda desde el documental y el cine de ficción, en películas en las que el heroísmo del soldado estadounidense quedaba bien destacado, como en Treinta segundos sobre Tokio (1944), de Mervyn LeRoy, y Objetivo Birmania (1945), de Raoul Walsh, con un Errol Flynn capaz de solucionar él solo todos los problemas. En el lado contrario se encontró También somos seres humanos (1945), de William A. Wellman, un retrato realista de los soldados que caminan hacia sus objetivos, de los jóvenes que sufren, tiene miedo y angustia, que pasan hambre.

También se vio condicionado en su creación por la las iniciativas del Comité de Actividades Antiamericanas. Directores, guionistas y actores sintieron la persecución implacable de la Comisión dirigida por el senador Joseph McCarthy. Fue la denominada "caza de brujas", una batalla política con la que se pretendió sanear Hollywood de comunistas.

En esta tesitura se moverá la producción cinematográfica en los cincuenta, en la que el cine de género continuará su marcha con singulares aportaciones. En el western se revisan sus planteamientos, con películas como Flecha rota (1950), de Delmer Daves en la que el indio ya deja de ser el malo de la película-, Sólo ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann, y Raíces profundas (1953), de George Stevens. El cine negro con La jungla de asfalto (1950), de Huston, muestra su eficacia. El musical alcanza su cumbre con las aportaciones de Stanley Donen y Gene Kelly (Un americano en París, 1951; Cantando bajo la lluvia, 1952). Hollywood produce mucha ciencia-ficción influenciado por la literatura de la época y por la tensión de la "guerra fría" entre las dos superpotencias (Ultimátum a la tierra, 1951, de Robert Wise; El increíble hombre menguante, 1957, de Jack Arnold). Y también, comedias (Con faldas y a lo loco, 1959, de Billy Wilder), melodramas (Obsesión, 1954, de Douglas Sirk), historias de ambiente juvenil (Rebelde sin causa, 1955, de Nicholas Ray) y mucho cine de entretenimiento que llega con las superproducciones (Los diez mandamientos, 1956; Ben-Hur, 1959, de Wyler) que acomete la industria estadounidense para intentar atraer a la sala al público que durante estos años vive más pendiente de la televisión y del esparcimiento social.


Bibliografía: La dinámica de la comunicación masiva, Dominick Joseph R., Editorial, Mc Graw Hill, octava edición.

miércoles, 18 de abril de 2012

Consolidación del sonido


Desde finales del siglo XIX, cuando se producen las primeras imágenes en movimiento, se intentó que tanto el fonógrafo inventado por Edison como el gramófono diseñado por Emil Berliner pudieran se acoplados al Cinematógrafo. Quien lo intentó en primer lugar fue el francés Auguste Baron, después le siguieron otros muchos. No obstante, cuando el Cinematógrafo comienza a difundirse por el mundo, lo empresarios tenían más interés en explotar el nuevo espectáculo que en pensar en rentabilizar algo nuevo, económicamente más costoso.


A partir de los experimentos e investigaciones que se remontan a los primeros años del siglo XX, y que se centran en el registro y la reproducción del sonido cinematográfico, los sistemas que se patentan en torno a los años veinte buscan hacer realidad un sueño de muchos: que los actores hablen en la pantalla. La Warner Bros. es la primera empresa que se arriesga a producir las primeras películas "sonoras" y "habladas". El primer intento parcial se aprecia en
Don Juan (1926), y el segundo y más importante, en El cantor de jazz (1927), ambas dirigidas por Alan Crosland. Este nuevo paso tecnológico va a influir de manera determinante en la industria, en los profesionales que en ella trabajan, en los planteamientos estéticos de las historias, obligando a una reestructuración industrial que afectará, inevitablemente, a la comercialización de las películas en todo el mundo.
 

La polémica suscitada entre la Warner (su sistema llamado Vitaphone suponía la sincronización del disco con el proyector cinematográfico) y la Fox (tenía el sistema Movietone) y la RCA (con su sistema Photophone), éstos con el registro del sonido en la misma película (llamado sonido óptico), y otras empresas, obligó a decidir adoptar un sistema estándar de sonido para evitar el caos en la industria. Se decidió que el más apropiado era el sonido óptico, porque iba impreso en la misma película.


Las primeras películas sonoras que comenzaron a circular por todo el mundo se adaptaron a las circunstancias del momento. Se proyectaron películas mudas sonorizadas y se remontaron otras incorporándoles partes sonoras. Los Estudios afincados en Hollywood comenzaron a producir películas en varias versiones (idiomas) con el fin de comercializar cada una en su correspondiente país, sobre todo cuando la versión original con subtítulos fue rechazada en la mayoría de los países. Este sistema perduró durante unos años hasta que vieron que resultaba muy costoso. Fue el momento en que los productores decidieron adoptar el doblaje como opción más económica. Con el tiempo, se adoptó e implantó definitivamente dicho procedimiento en casi todos los países, con lo que la obra original comenzó a tener "versiones" derivadas de la traducción realizada en cada país.


Entre las películas que muestran los problemas que se vivieron en diversos países entre 1926 y 1931, cabe mencionar
El séptimo cielo (1927), de Frank Borzage, La muchacha de Londres (1929) de Alfred Hitchcock, M, el vampiro de Dusseldorf (1931), de Fritz Lang, y la española El misterio de la Puerta del Sol (1928), de Francisco Elías, entre otras. Sobre la vivencias de los actores y los problemas económicos y técnicos vividos en los grandes Estudios estadounidenses durante los rodajes de las primeras películas sonoras, debe recordarse Cantando bajo la lluvia (1952), de Stanley Donen.



Bibliografía: La dinámica de la comunicación masiva, Dominick Joseph R., Editorial, Mc Graw Hill, octava edición.

lunes, 16 de abril de 2012

El cine estadounidense de los 20


Después del aprendizaje que muchos directores tuvieron a lo largo de los años diez, no debe resultar llamativo el hecho de que a lo largo de los años veinte dirigieran algunas de las películas más importantes, llamativas y sorprendentes de sus respectivas carreras y de la Historia del Cine.

Si Mack Sennett se había convertido en el máximo exponente del cine de destrucción (de sus manos salieron el famoso grupo de policías —los Keystone Cop-, la guerra de tartas, con una acción vertiginosa que dio lugar al estilo slapstick), sus discípulos Harold Lloyd y Charles Chaplin progresaron hacia un cine de mayor interés y efectividad, una línea que progresaría gracias a las aportaciones de Búster Keaton. El cine cómico y la comedia se entrelazan en las películas de estos actores-directores, situándolos en la cumbre el cine que alcanzaron no sólo por sus propios trabajos sino, también, por el éxito popular conseguido en todo el mundo.

Charles Chaplin hizo famoso su personaje de "Charlot" gracias a la caracterización que se convertiría con el tiempo en uno de los iconos más recordados. Si ya fueron importantes películas como El vagabundo (1915), El inmigrante (1917) y Armas al hombro (1918), desarrolló sus fundamentales argumentos temáticos —sobre la base de un tono tragicómico- en El chico (1921) y La quimera del oro (1925). 

Harold Lloyd, por su parte, también después de un dilatado aprendizaje alcanzó su mayor gloria con el desarrollo de "gags" y situaciones muy divertidas en películas como El estudiante novato (1925), El hombre mosca (1926) y Relámpago (1928). Buster Keaton se caracterizó por un rostro inexpresivo (lo que provocó que se le llamara "cara de palo") y el tener que enfrentarse estoicamente a un mundo que se rebelaba a cada instante ante lo que hiciese. Lo mejor de su trabajo se encuentra en La ley de la hospitalidad (1923), La siete ocasiones (1925), El maquinista de la General (1927), El cameraman (1928).

Además del cine cómico, la industria estadounidense abordó otros temas, dando origen a una serie de líneas de producción que se denominarían géneros. Desde el cine del Oeste (western), con singulares aportaciones de John Ford (El caballo de hierro, 1924; Tres hombres malos, 1926), hasta el cine de aventuras impulsado por Allan Dwan (Robin Hood, 1922; La máscara de hierro, 1929), se pasa por el cine bélico y social de King Vidor (El gran desfile, 1925; Y el mundo marcha, 1928)y William A. Wellman (Alas, 1927), y los melodramas de Frank Borzage (El séptimo cielo, 1927), entre otros muchos, además de las sorprendentes obras de terror interpretadas por Lon Chaney (El jorobado de Nuestra Señora, 1923, de Wallace Worsley; el fantasma de la ópera, 1925, de Rupert Julien), las de los galanes romanticos John Gilbert (Sota, caballo y rey, 1923, de John Ford; Su hora, 1924, de King Vidor), Ramón Novarro (Ben-Hur, 1925, de Fred Niblo ; El príncipe estudiante, 1927, de Ernst Lubitsch) y Rodolfo Valentino (Los cuatro jinetes del Apocalipsis, 1921, de Rex Ingram; Sangre y arena, 1922, de Fred Niblo; El águila negra, 1925, de Clarence Brown). Fueron unos años importantes para el star-system cinematográfico.

El cine estadounidense se benefició a lo largo de estos años de la presencia de numerosos directores y técnicos europeos que decidieron probar fortuna en su industria. Entre los emigrantes más reconocidos de esta época se encontraron los austríacos Erich von Stroheim, muy agudo a la hora de abordar temas sociales con ironía y realismo (Esposas frívolas, 1921; El carrusel de la vida, 1922; Avaricia, 1923), y Joseph von Sternberg, quien puso los cimientos de un género típico americano -el cine de gangsters (cine negro)- con la película La ley del hampa (1927). El alemán Ernst Lubitsch da sus primeros pasos hacia un cine mordaz e irónico que consolidará tras la implantación del cine sonoro. El sueco Victor Sjöström dejará su buen hacer en El viento (1928) y el francés Jacques Feyder aprovechará la presencia de Greta Garbo para rodar con la Metro Goldwyn Mayer El beso (1929).


Bibliografía: La dinámica de la comunicación masiva, Dominick Joseph R., Editorial, Mc Graw Hill, octava edición.