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lunes, 16 de abril de 2012

El cine estadounidense de los 20


Después del aprendizaje que muchos directores tuvieron a lo largo de los años diez, no debe resultar llamativo el hecho de que a lo largo de los años veinte dirigieran algunas de las películas más importantes, llamativas y sorprendentes de sus respectivas carreras y de la Historia del Cine.

Si Mack Sennett se había convertido en el máximo exponente del cine de destrucción (de sus manos salieron el famoso grupo de policías —los Keystone Cop-, la guerra de tartas, con una acción vertiginosa que dio lugar al estilo slapstick), sus discípulos Harold Lloyd y Charles Chaplin progresaron hacia un cine de mayor interés y efectividad, una línea que progresaría gracias a las aportaciones de Búster Keaton. El cine cómico y la comedia se entrelazan en las películas de estos actores-directores, situándolos en la cumbre el cine que alcanzaron no sólo por sus propios trabajos sino, también, por el éxito popular conseguido en todo el mundo.

Charles Chaplin hizo famoso su personaje de "Charlot" gracias a la caracterización que se convertiría con el tiempo en uno de los iconos más recordados. Si ya fueron importantes películas como El vagabundo (1915), El inmigrante (1917) y Armas al hombro (1918), desarrolló sus fundamentales argumentos temáticos —sobre la base de un tono tragicómico- en El chico (1921) y La quimera del oro (1925). 

Harold Lloyd, por su parte, también después de un dilatado aprendizaje alcanzó su mayor gloria con el desarrollo de "gags" y situaciones muy divertidas en películas como El estudiante novato (1925), El hombre mosca (1926) y Relámpago (1928). Buster Keaton se caracterizó por un rostro inexpresivo (lo que provocó que se le llamara "cara de palo") y el tener que enfrentarse estoicamente a un mundo que se rebelaba a cada instante ante lo que hiciese. Lo mejor de su trabajo se encuentra en La ley de la hospitalidad (1923), La siete ocasiones (1925), El maquinista de la General (1927), El cameraman (1928).

Además del cine cómico, la industria estadounidense abordó otros temas, dando origen a una serie de líneas de producción que se denominarían géneros. Desde el cine del Oeste (western), con singulares aportaciones de John Ford (El caballo de hierro, 1924; Tres hombres malos, 1926), hasta el cine de aventuras impulsado por Allan Dwan (Robin Hood, 1922; La máscara de hierro, 1929), se pasa por el cine bélico y social de King Vidor (El gran desfile, 1925; Y el mundo marcha, 1928)y William A. Wellman (Alas, 1927), y los melodramas de Frank Borzage (El séptimo cielo, 1927), entre otros muchos, además de las sorprendentes obras de terror interpretadas por Lon Chaney (El jorobado de Nuestra Señora, 1923, de Wallace Worsley; el fantasma de la ópera, 1925, de Rupert Julien), las de los galanes romanticos John Gilbert (Sota, caballo y rey, 1923, de John Ford; Su hora, 1924, de King Vidor), Ramón Novarro (Ben-Hur, 1925, de Fred Niblo ; El príncipe estudiante, 1927, de Ernst Lubitsch) y Rodolfo Valentino (Los cuatro jinetes del Apocalipsis, 1921, de Rex Ingram; Sangre y arena, 1922, de Fred Niblo; El águila negra, 1925, de Clarence Brown). Fueron unos años importantes para el star-system cinematográfico.

El cine estadounidense se benefició a lo largo de estos años de la presencia de numerosos directores y técnicos europeos que decidieron probar fortuna en su industria. Entre los emigrantes más reconocidos de esta época se encontraron los austríacos Erich von Stroheim, muy agudo a la hora de abordar temas sociales con ironía y realismo (Esposas frívolas, 1921; El carrusel de la vida, 1922; Avaricia, 1923), y Joseph von Sternberg, quien puso los cimientos de un género típico americano -el cine de gangsters (cine negro)- con la película La ley del hampa (1927). El alemán Ernst Lubitsch da sus primeros pasos hacia un cine mordaz e irónico que consolidará tras la implantación del cine sonoro. El sueco Victor Sjöström dejará su buen hacer en El viento (1928) y el francés Jacques Feyder aprovechará la presencia de Greta Garbo para rodar con la Metro Goldwyn Mayer El beso (1929).


Bibliografía: La dinámica de la comunicación masiva, Dominick Joseph R., Editorial, Mc Graw Hill, octava edición.

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