Después del aprendizaje que muchos directores
tuvieron a lo largo de los años diez, no debe resultar llamativo el hecho de
que a lo largo de los años veinte dirigieran algunas de las películas más
importantes, llamativas y sorprendentes de sus respectivas carreras y de la
Historia del Cine.
Si Mack Sennett se había convertido en el
máximo exponente del cine de destrucción (de sus manos salieron el famoso grupo
de policías —los Keystone Cop-, la guerra de tartas, con una acción vertiginosa
que dio lugar al estilo slapstick), sus discípulos Harold Lloyd y Charles
Chaplin progresaron hacia un cine de mayor interés y efectividad, una línea que
progresaría gracias a las aportaciones de Búster Keaton. El cine cómico y la
comedia se entrelazan en las películas de estos actores-directores, situándolos
en la cumbre el cine que alcanzaron no sólo por sus propios trabajos sino,
también, por el éxito popular conseguido en todo el mundo.
Charles Chaplin hizo famoso su personaje de
"Charlot" gracias a la caracterización que se convertiría con el
tiempo en uno de los iconos más recordados. Si ya fueron importantes películas
como El vagabundo (1915), El inmigrante (1917) y Armas al hombro (1918),
desarrolló sus fundamentales argumentos temáticos —sobre la base de un tono tragicómico-
en El chico (1921) y La quimera del oro (1925).
Harold Lloyd, por su parte,
también después de un dilatado aprendizaje alcanzó su mayor gloria con el
desarrollo de "gags" y situaciones muy divertidas en películas como
El estudiante novato (1925), El hombre mosca (1926) y Relámpago (1928). Buster
Keaton se caracterizó por un rostro inexpresivo (lo que provocó que se le
llamara "cara de palo") y el tener que enfrentarse estoicamente a un
mundo que se rebelaba a cada instante ante lo que hiciese. Lo mejor de su
trabajo se encuentra en La ley de la hospitalidad (1923), La siete ocasiones
(1925), El maquinista de la General (1927), El cameraman (1928).
Además del cine cómico, la industria
estadounidense abordó otros temas, dando origen a una serie de líneas de
producción que se denominarían géneros. Desde el cine del Oeste (western), con
singulares aportaciones de John Ford (El caballo de hierro, 1924; Tres hombres
malos, 1926), hasta el cine de aventuras impulsado por Allan Dwan (Robin Hood,
1922; La máscara de hierro, 1929), se pasa por el cine bélico y social de King
Vidor (El gran desfile, 1925; Y el mundo marcha, 1928)y William A. Wellman
(Alas, 1927), y los melodramas de Frank Borzage (El séptimo cielo, 1927), entre
otros muchos, además de las sorprendentes obras de terror interpretadas por Lon
Chaney (El jorobado de Nuestra Señora, 1923, de Wallace Worsley; el fantasma de
la ópera, 1925, de Rupert Julien), las de los galanes romanticos John Gilbert
(Sota, caballo y rey, 1923, de John Ford; Su hora, 1924, de King Vidor), Ramón
Novarro (Ben-Hur, 1925, de Fred Niblo ; El príncipe estudiante, 1927, de Ernst
Lubitsch) y Rodolfo Valentino (Los cuatro jinetes del Apocalipsis, 1921, de Rex
Ingram; Sangre y arena, 1922, de Fred Niblo; El águila negra, 1925, de Clarence
Brown). Fueron unos años importantes para el star-system cinematográfico.
El cine estadounidense se benefició a lo largo
de estos años de la presencia de numerosos directores y técnicos europeos que
decidieron probar fortuna en su industria. Entre los emigrantes más reconocidos
de esta época se encontraron los austríacos Erich von Stroheim, muy agudo a la
hora de abordar temas sociales con ironía y realismo (Esposas frívolas, 1921;
El carrusel de la vida, 1922; Avaricia, 1923), y Joseph von Sternberg, quien
puso los cimientos de un género típico americano -el cine de gangsters (cine
negro)- con la película La ley del hampa (1927). El alemán Ernst Lubitsch da
sus primeros pasos hacia un cine mordaz e irónico que consolidará tras la
implantación del cine sonoro. El sueco Victor Sjöström dejará su buen hacer en
El viento (1928) y el francés Jacques Feyder aprovechará la presencia de Greta
Garbo para rodar con la Metro Goldwyn Mayer El beso (1929).
Bibliografía: La dinámica de la
comunicación masiva, Dominick Joseph R., Editorial, Mc Graw Hill, octava
edición.
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