Kant sigue siendo el intento paradigmático y más influyente
por afirmar principios morales universales sin referencia a las preferencias o
a un marco teológico. La esperanza de identificar principios universales, tan
patente en las concepciones de la justicia y en el movimiento de derechos
humanos, se ve constantemente desafiada por la insistencia comunitarista e
historicista en que no podemos apelar a algo que vaya más allá del discurso v
de las tradiciones de sociedades particulares, y por la insistencia de los
utilitaristas en que los principios derivan de preferencias. Para quienes no
consideran convincente ninguno de estos caminos, el eslogan neokantiano de
«vuelta a Kant» sigue siendo un desafío que deben analizar o refutar.
Su valoración por la autoestima delata su amor por la
virtud, que parece empecinado en ocultar tras sus fríos razonamientos. Aquí
parece patente el daimon socrático.
Fue Mill quien en el siglo XIX comprendió que la ética
kantiana tenía que ser forzosamente teleológica y consecuencialista.
Kant, en las antípodas de aristóteles y de la ilustración
como no desearía, no comprendió que la virtud sin alegría es una penosa virtud,
que simplemente no vale la pena.
Es mérito en Kant haber sido más sutil que la mayor parte de
los éticos teleológicos del bienestar, al percatarse de que, contrariamente al
supuesto ilustrado, es posible vivir feliz e inmoralmente, ya que “el virtuoso
es el que está en camino de serlo”.
Su contribución se convierte en uno de los momentos
estelares y más sugerentes de la historia de la ética.
Bibliografía: La dinámica de la comunicación masiva, dominick joseph r., editorial, mc graw hill, octava edición.
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